con el polvo de la dictadura pegado a los zapatos...

Leí el anuncio de su lanzamiento hace algunos meses y me propuse conseguir el libro de inmediato. Desde que leí Los vientos difíciles hace unos cuatro años me quedé fascinado por la narrativa de Almudena Grandes. El modo en que recrea a los personajes, la descripción de los sentimientos, la vida vista desde la propia vivencia y no como una exposición de unos hechos ajenos.

El Corazon HeladoEl Corazón Helado en Amazon.co.ukes una obra compleja por momentos. En ocasiones yo acusaba la sensación de que la autora se esfuerza en exceso en recrear situaciones y personajes secundarios. La primera consecuencia que esto suele tener es que el lector se puede despistar.

Más allá de ésto existe otro riesgo. En la recreación de la realidad social de la España en guerra civil y de su continuación en la España franquista uno encuentra la división maniquea entre los "buenos" y los "malos" que tan sólo la versión de un bando podría ofrecer. Es posiblemente entendible desde un punto de vista narrativo pero no creo quie haga mucha justicia a una realidad siempre compleja que también podemos encontrar en otros países que han estado en guerra civil y ahora tratan de reconstruirse.

Uno puede fácilmente caer en la tesis de que España fue y es un país de sustrato izquierdista que logró proclamar la República y expulsar al rey hasta que fue traicionado por unos pocos generales sublevados quienes, con un ejército más formado por apoyos de la Alemania nazi y la Italia fascista, arrebatan al pueblo el poder. Me sigue resultando simple. Una oligarquía que se impuso a la inmensa mayoría de los españoles.

Pero, ¿cuántos millones de personas había en el país que fueron de izquierdas hasta que ganaron la guerra los sublevados fascistas y entonces se alinearon con el fascismo en el poder? Recuerdo a mis padres comentando las manifestaciones de celebración de la victoria socialista en 1982; reflexionaba que muchos miles que ahora hondeaban banderas del PSOE y se proclamaban progresistas de izquierdas hacía no mucho hacían el saludo romano en la Plaza de Oriente.

El esfuerzo por recuperar el recuerdo de cientos de miles de masacrados, deshauciados, abandonados y exiliados es, sin embargo, imprescindible. Cerca del final me encontré a mí mismo cuestionándome ciertas convicciones o simplemente preguntándome acerca de mis abuelos. Porque yo no sé si mis dos abuelos lucharon en la guerra. Uno de ellos tuvo un negocio de fotografía toda su vida mientras que el otro era cantero y posiblemente analfabeto. Con su mujer y sus hijos tuvo que abandonar su tierra natal en Almería para poder trabajar en las canteras de Cuelgamuros, cerca de San Lorenzo de El Escorial, donde se estaba construyendo el Valle de los Caídos. No puedo imaginar a mi abuelo paterno luchando en otro bando que no fuera el republicano aun cuando lo único cierto es que lo desconozco.

Pero las descripciones cargadas de sentimiento tan propias de la autora nos hacen reconocer que se trata de una novela y no de un ensayo de historia. La conclusión a la que llega el protagonista no puede ser más acertada: seguimos siendo un país que tiene el polvo de la dictadura pegado a los zapatos y que se resiste a sacudírselo. Tenemos que limpiarnos, saber lo que pasó sin perjuicios, recomponer lo que se descompuso en la medida de lo posible, si queremos avanzar en el sentido lato del verbo.

Yo era un hombre corriente, razonable, incluso vulgar, sin otra extravagancia que una aversión morbosa a los entierros, y mi vida una apacible llanura de tierras cultivadas que no solía exigir excesos de mis ojos, ni de mi conciencia. Es una historia muy larga, muy antigua, y para vivir aquí, hay cosas que es mejor no saber, incluso no entender. También podía no hacer nada. Siempre se puede no hacer nada, aprender a vivir sin preguntas, sin respuestas, sin furia y sin piedad. Siempre se puede no vivir y hacer como que se vive, al menos aquí, en España, un territorio inmune a la ley de la gravedad, la excepción a la ley de la causa y el efecto, el país donde nadie ve nunca una manzana que se cae de un árbol, porque todas las manzanas están ya en el suelo desde el principio y eso es lo más práctico, lo más sabio, lo más cómodo, lo mejor para todos, mientras las manos sean más rápidas que la vista, mientras las paradojas más elementales de la óptica jueguen a favor de quien maneje las lentes, mientras el prestigio moderno de la gente pequeña que hace lo que sea por sobrevivir oponga su transparente actualidad al caduco prestigio de los hombres y las mujeres admirables, tan anticuados por otra parte, tan inservibles en realidad, tan fastidiosos en su abnegación, en su terquedad, en la esterilidad de su sacrificio, porque si se hubieran estado quietos, si se hubierasn dado por vencidos, si no se hubieran jugado la vida en vano tantas veces, tampoco habría pasado nada. Que no serían admirables, sólo eso, pero los habríamos comprendido igual. ¿Cómo no íbamos a comprenderlos, si a nosotros la ley de la gravedad no nos afecta?

La búsqueda de la verdad es algo que puede resultar muy oneroso en un país como España, tan peculiar en tantas cosas:
Los franceses se mudaban, se iban o se quedaban. Los españoles no. Los españoles volvían o no volvían, igual que hablaban un idioma distinto, y cantaban canciones distintas, y celebraban fiestas distintas, y comían uvas en Nochevieja, con lo que cuesta encontrarlas, [...] y lo carísimas que están, qué barbaridad...

[...] aperitivo [...] Una costumbre tan tonta, fíjate, una comida de más, tan pequeña, tan innecesaria, tan insana, decía mi madre, porque en lugar de abrir el apetito, te lo quita, y eso es verdad, un par de vermús con unas anchoítas, unas patatas fritas, un par de mejillones, y luego otro, y otro, y al llegar a casa ya has comido, pero estás tan borracho, tan bien, tan a gusto, que te vas derecho a la cama, una horita de siesta y como nuevo, y a las nueve de la noche, a empezar otra vez. Eso es ser rico, ¿sabes?, eso es vivir bien, vivir en los bares.

No puedo evitar recordar a Paul Auster en su The Invention of Solitude al encontrar al protagonista haciéndose la siguiente reflexión:
Mientras estábamos todos sentados en la notaría, alrededor de mi madre, me di cuenta de que cada uno de ellos tendría su propia versión de nuestro padre, y tal vez la capacidad de alumbrar zonas, esquinas, sombras que yo ni siquiera habría sido capaz de distinguir.

La belleza de una granaína popular que bien sabe encajar la autora en las vivencias de la protagonista remata de modo excelente la obra:
Desea el hombre una cosa, parece un mundo, luego que la consigue, tan sólo es humo

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