Compré el libro con gran interés tras leer una crítica en el suplemento de The Independent antes de que saliese publicada la traducción al inglés. Tan pronto lo encontré en una librería lo compré y me concentré en la lectura con ilusión.

Me ha costado bastante leerlo. Los personajes, en especial el protagonista, son de cartón-piedra, por completo irreales. El ritmo de la narración es lento y el relato de desenvuelve a través de episodios que siempre terminan con las mismas declaraciones y las mismas ideas.

Sin embargo es al final cuando el lector se encuentra con las escenas más intensas y donde mejor entiende el mensaje.

Uno se encuentra con el mundo industrializado irrumpiendo de modo violento en la cultura nomádica de los pastores mongoles para destruirlo desde la ignorancia del delicado equilibrio natural. Un equilibrio que la cultura pre-agrícola de los nómadas que pueblan la región representa en sus creencias religiosas.

Hay algunas descripciones precisas sobre esa cultura pre-agrícola y cómo el lobo constituye el tótem para la cultura de la pradera mongola. El lobo es el gran cazador, el garante del equilibrio natural junto con el hombre. El lobo caza gacelas y también ratas y perrillos de la pradera evitando así que éstos proliferen en demasía y destruyan la pradera; el hombre a su vez no caza sino que lucha contra el lobo para equilibrar asimismo el peligroso exceso de lobos.

El lobo no es una especie más. El lobo caza con inteligencia, con gran organización, y es capaz de ser sádico como lo es el ser humano. El lobo y el hombre se complementan y luchan como ejércitos. Los dos adoran a un dios superior que está más allá de las nubes: Tengger.

Es una lástima que el libro, a pesar de su rico vocabulario en las descripciones, no sea capaz de capturar mejor al lector.

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