el tiempo perdido

Ayer salí a pasear por el Canal. En realidad iba a correr, como suelo hacer desde que el tiempo me lo permite. Sin embargo últimamente algo va mal y sólo acumulo cansancio. Ayer subí hasta donde suelo hacerlo pero regresé andando.

La tarde-noche estaba muy tranquila. Los patos de diferentes especies, garzas, cisnes, liebres, zorrillos e infinidad de pajarillos que suelo encontrarme cada día estaban muy tranquilos; el cielo cubierto de una pesada capa nubosa cercana a una tierra que ya transpiraba para formar la primera lámina de niebla sobre la superficie del agua.

Suelo prestar mucha atención a las barcazas que amarran en diferentes puntos a lo largo del canal. Ayer, ya anocheciendo y con apenas mi respiración como ruido de fondo, ví a un señor canoso en el interior de su pequeña barcaza volcado sobre el libro que leía a la luz amarillenta de una lampara que iluminaba todo el habitáculo. Taza de té con leche a su mano derecha, el fregadero de la pequeña cocina lleno de cazos y platos por lavar.

Me transmitió esa sensación de placidez que tanto ansío. En la popa de la barcaza amarraba una bicicleta antigua, nada que ver con las pretenciosas bicis de montaña o carreras que la gente suele usar en la ciudad.

Envidio esa capacidad de los británicos de recogerse sobre uno mismo y hacer de las aficiones personales auténticas profesiones de fe. Él parecía disponer de su tiempo, ámbito en el que yo no reino ya.

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