andanzas

sobre el Dún Eochla en la isla de Inis Mór Me sentía como aquellos ingleses aventureros que empeñaban toda la fortuna familiar para viajar miles de millas hasta encontrar inmensidades antes soñadas y buscar secretos bajo las arenas, en las entrañas de una jungla.

Un día gris de finales de agosto sobre los sillares del Dún Eochla, uno de los fuertes de la edad del Bronce en la isla de Inis Mór.

Hace poco estuve en otro paraje: Gougane Barra. Fui allí para andar, una de mis aficiones. Se trata de un circo con un pequeño lago glacial en el fondo; como es lógico se trata del Gougane Barra Lake.

En una de sus orillas, una pequeña iglesia. El último fin de semana de septiembre se organiza una romería y yo llegué cuando los romeros se congregaban a las puertas de la ermita y celebraban la misa. No presté atención y busqué el inicio de mi camino, ladera arriba.

Los campesinos con quienes me cruzaba me miraban de reojo, con esa mezcla entre curiosidad y recelo que no precisa de idiomas articulados para expresarse.

Subí hacia el pico de Foilastookeen (de 500 metros) para luego bordear el circo por su cota más alta. Al poco de avanzar sobre el irregular terreno de turba siguiendo siempre el horizonte de la bahía de Bantry y la islita de Whiddy me topé con el primero de los lagos: el Fadda.

Recuerdo el silencio mientras estaba sentado a la orilla de los pequeños lagos glaciares (Lough Fadda y Louch Glas). Silencio.

El silencio es allí la ausencia de movimiento. No es la calma de una fresca brisa ligera, no el paso de la vida con aleteos de pequeños pájaros, merodeo de ovejas. Es la quietud total. Tan intensa que los propios pensamientos se congelan en la mente para no romper el misterio. Completa quietud como si mover un miembro ultrajase al dios de la naturaleza.

Es el propio interior el que se muestra desnudo cuando se está en parajes así. Y quizás por esto me gusta tanto encontrarme en la naturaleza.

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