el tránsito

La Puerta 86
Aún recuerdo aquella noche, la primera noche.

Me lanzaba de lleno a un mar desconocido. Un mundo sólo conocido en mis sueños. Recuerdo la extraña sensación de no romper nada esencial en mi vida, de estar dando un paso natural, meditado con los míos desde hacía mucho tiempo.

Confundo sin embargo los recuerdos. Recuerdo intensamente aquella tarde-noche de paso en la Puerta 86 del aeropuerto, una zona dedicada a esa compañía aérea. Venía del vuelo anterior; consultaba el buzón de voz del teléfono móvil, pose bastante típica en un aeropuerto. No desentoné, o quizás sí. ¿Qué percibirán los otros de nuestras acciones? ¿Qué hay de nosotros mismos en nuestras actitudes corporales?

Gestos, una conversación apresurada en un idioma extraño a los otros. Adivinaba cierto tedio en sus gestos. Quizás era ya demasiado tarde para todos. También para mí.

Pero ése no fue mi primer viaje a lo desconocido. De mi primer viaje no recuerdo el tránsito sino la arribada. De lo anterior, el episodio del viaje.

Sin duda la intensidad del recuerdo es lo que da personalidad a los espacios.

¿Son los espacios por sí solos? Y, ¿cuál es el carácter de un mismo espacio si millones lo experimentan y al experimentarlo le otorgan características diversas?

Para mí la Puerta 86 será siempre la de aquella noche de tránsito. Un tiempo de espera entre dos acontecimientos en el que me refugiaba en mí mismo protegido por una apariencia. Unos instantes en que creía estar realizando un sueño. He pasado allí muchas horas a lo largo de dos años. Siempre de tránsito: de día, de noche, con clima cambiante ventanas afuera. Pero siempre será el lugar donde esperaba ansioso que el luminoso anunciase mi vuelo mientras consultaba compulsivamente la tarjeta de embarque para asegurar un código de cifras y letras en mi mente. El recibidor de un mundo al que yo tenía que entender e interiorizar, al que me debía adaptar para que el sueño fuese una realidad, aunque incierta.

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