En el excelente artículo de Javier Rodríguez Marcos, "Un lector que discute", publicado en El País sobre el legado de Julio Cortázar (http://www.elpais.com/articulo/semana/lector/discute/elpepuculbab/20071103elpbabese_6/Tes), encuentro la siguiente reflexión:
A la vista de los libros que sobrevivieron a viajes, mudanzas y separaciones, la biblioteca personal de Cortázar era la de un cronopio, por usar sus palabros, es decir, poco convencional, parcial y caprichosa. Más la de alguien que lee por puro placer que la de un profesional de nada: ni de la escritura ni, por supuesto, de la lectura. Muchos de los ejemplares que contiene -ediciones de Julio Verne, Octavio Paz o Borges- valdrían hoy lo suyo en el mercado bibliófilo, pero en manos del escritor argentino no fueron más que fuente de pasión, conocimiento y, por qué no, cabreo. [...](Destaco una referencia bibliográfica: Las estructuras antropológicas del imaginario, Gilbert Durand.)
Los libros de Cortázar -que, por subrayar, subrayaba hasta los periódicos- están llenos de apuntes a lápiz o a bolígrafo, en castellano, francés e inglés. También lo están de recortes de periódicos, fotos, dibujos propios y ajenos, remites separados de sus sobres y hasta alguna tarjeta de embarque. Su biblioteca es la de alguien que, en mil notas al margen, discute sin complejos con los clásicos. Así, a Cernuda le afea que coloque a Galdós al lado de Dostoievski y al final de su ejemplar de Águila de blasón, de Valle-Inclán, escribe: "Enorme y triste parodia, ni comedia ni bárbara".
¡Y yo tan preocupado por borrar los subrayados de la Historia de las Ideas Religiosas de M. Eliade! Me ha hecho gracia.
De otro artículo ("Secretos de un inédito, de Carles Álvarez Garriga; http://www.elpais.com/articulo/semana/Secretos/inedito/elpepuculbab/20071103elpbabese_4/Tes) recupero una reflexión de Cortázar sobre la fotografía que también comparto:
[...] las fotografías más reveladoras no eran, para él, aquellas de perfecto encuadre sino "aquellas en que por ejemplo hay dos personajes con un fondo de una casa y luego, quizá a la izquierda, donde termina la foto, hay la sombra de un pie, de una pierna. Esa sombra corresponde a alguien que no está en la foto y al mismo tiempo la foto está haciendo una indicación llena de sugestiones, apelando a nuestra imaginación para decirnos qué había allí después. La atmósfera que se proyecta fuera de la fotografía, esa aura de misterio, guarda una especie de vibración que me parece indispensable para la realización del cuento memorable, que el lector transforma luego en la memoria y en admiración".Las fotografías con encuadre perfecto son tan convencionales que no dicen nada.
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