Leí ayer el artículo "Las cartas, un tesoro que se pierde" en El País sobre el modo en que los medios digitales afectan a la investigación histórica.
El autor es Robert P. Crease, director del Departamento de Filosofía de la State University of New York en Stony Brook e historiador del Brookhaven National Laboratory. El artículo se publicó originalmente en el número de enero de 2007 de la revista Physics World.
Recupero aquí el artículo porque me llamó la atención y porque además encuentro a Ian Gibson haciendo un comentario similar en su biografía de Antonio Machado Ligero de Equipaje a propósito de la correspondencia mantenida entre el poeta y Pilar de Valderrama. Curiosa coincidencia que aprovecho para plantearme el problema.
El artículo se centra en el trabajo de los historiadores de la ciencia aun cuando podría muy bien aplicarse a cualquier historiador. El problema que se plantea es sencillo: las personas nos comunicamos cada vez menos por medios escritos tradicionales y lo hacemos más utilizando medios digitales. ¿Será posible recuperar cualquier contenido digital en el futuro? La correspondencia tradicional se pierde con facilidad. Se lamenta Gibson de la pérdida de toda la correspondencia de Pilar de Valderrama hacia Machado aun cuando sí se han conservado, estudiado y editado un cierto número de cartas del poeta que sí conservó Pilar de Valderrama.
En realidad, el problema no reside en nuestra capacidad para conservar la información sino para poderla recuperar al margen de los diferentes formatos en que ésta se encuentre.
Sin duda alguna...
[...] el correo electrónico es más barato, fomenta un pensamiento más rápido e introduce una peculiar amalgama de lo personal y lo profesional.aunque por el contrario...
[...] los datos a menudo se almacenan directamente en archivos de ordenador. [...] PowerPoint, que puede anquilosar el debate científico y restarle audacia;
[...] por lo general, estas nuevas técnicas de comunicación [...] fomentan una rápida comunicación y una desaparición de las jerarquías.
[...] podemos perder una carta, [...] Pero los desafíos de la preservación electrónica son mucho más amplios e inmediatos. Como observa el historiador del AIP Spencer Weart: "Tenemos papel del año 2000 a.C, pero no podemos leer el primer correo electrónico que se envió [...]
Este problema ha inspirado varios programas para fomentar la conservación de la documentación electrónica. Uno de ellos es Persistent Archives Testbed Project, una colaboración entre diversas instituciones estadounidenses para desarrollar una herramienta que archive datos electrónicos (información en slac.stanford.edu/history/projects.shtml). El otro es el Dibner-Sloan History of Recent Science and Technology Project (authors.library.caltech.edu/5456), que no sólo pretende archivar digitalmente documentos importantes, sino también implicar a los científicos que han participado en situarlos en un contexto histórico.
Lo primero que se me viene a la cabeza es que los archivos documentales se nutren del esfuerzo personal de los protagonistas o las personas más cercanas a ellos para mantener la documentación en papel a pesar de las inclemencias del tiempo y los azares de la vida.
Para mí el problema no es tecnológico. La tecnología actual permite a corporaciones y organizaciones implantar las infraestructuras que responden a procesos muy calculados que garantizan la conservación y recuperación de la información a muy largo plazo.
Sin duda encontraremos cada vez más dispositivos físicos y aplicaciones que están diseñadas para llevar procesos de la mayor complejidad al nivel de cada particular y que resultarán tan asequibles como hoy lo son un ordenador portátil o una aplicación de gestión de seguridad.
El problema que yo veo tras el planteamiento de la volatibilidad de la información digital es la calidad de la información que queremos salvar. El problema es la excelencia pero, sobre todo, quién define el grado de excelencia.
Traigo aquí el proyecto de Digital Mozart Edition (http://nma.redhost24-001.com) o el de la Online Gallery de la British Library (http://www.bl.uk/onlinegallery/homepage.html). Son organizaciones que han entendido la necesidad de salvar al formato papel de cualquier inclemencia y poner contenidos de calidad al servicio de investigadores con la inmediatez, ubicuidad y sencillez que sólo los medios electrónicos permiten.
Poco importará si mi correspondencia, mis e-mails o mi blog se conservan o se volatilizan; lo importante es que se conserve la información generada por alguien realmente excelente.
¿Quién define y con qué criterios lo que es imporante conservar y lo que no lo es? ¿Qué harán los historiadores de la cultura, de las costumbres? ¿No resultan para ellos tan o más interesantes mis puntos de vista en tanto que reflejos de la cultura a la que pertenezco que los de Gustavo Bueno, por citar a alguien excelente?
Las mismas organizaciones a las que pertenecen los excelentes en cualquier ramo del conocimiento humano tendrán la capacidad de salvaguardar la información excelente pero, ¿quién va a garantizar que lo que yo escriba se conserva? En cuanto a las cartas o papeles inéditos suelen ser las personas del entorno del autor. El investigador acude a supervivientes coetáneos del investigado y acceden a fondos documentales guardados en la casa de alguien. ¿Cómo será ésto si toda mi producción son miles de correos electrónicos y algunos blogs?
Quizás sólo Google pueda garantizar la conservación y accesibilidad de fondos documentales demasiado particulares como para pertenecer a ninguna organización excelente. Google como repositorio y fuente de la cultura popular. No está mal.
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