pesimismo existencial

La sombra del ciprés es alargadaLa obra se desarrolla en torno a un huérfano que se educa en la casa de un maestro con el que aprende a forjar un pensamiento esencialmente pesimista.

[...] nuestro futuro [...] sería apacible si no ambicionábamos demasiado. "Siempre es más fácil perder que ganar -terminó-, y por eso conviene quedarse en poco".
-Tal vez el secreto [...] esté en quedarse en poco: lograrlo todo no da la felicidad, porque al tener acompaña siempre el temor de perderlo, que proporciona un desasosiego semejante al de no poseer nada. Debemos vigilar nuestras conquistas terrenas tanto como a nosotros mismos. Son, casi siempre, la causa de la infelicidad de los hombres.

[...]

la realidad de la vida terrena no es para el creyente, pero tampoco para el vicioso. Para aquél la vida es una esperanza y un hastío para éste. La vida terrena es del hombre neutro, de quien no ha puesto la base de su felicidad en nada caduco, finito, limitado, aunque tampoco en una vida ulterior; de quien ha hecho de la vida una experiencia sin profundidad, altura, consistencia ni raíz...
Fácilmente el niño llega a la conclusión de que:
La vida transcurría en un equilibrio constante entre el toma y el deja. Y lo difícil no era tomar, sino dejar, desasirnos de las cosas que merecen nuestro aprecio. Aquí estribaban las posibilidades de felicidad de cada humano: en que su facultad de desasimiento fuese más o menos elástica, en que el hombre estuviese más o menos aferrado a las cosas materiales. [...] no tomar nunca para no tener que dejar nada [...era...] un remedio negativo, de renunciación, [...] Lo cuestionable consistía en saber [...] si el individuo es capaz de desarrollar su individualidad propia y primitiva sin necesidad de echar mano de recursos extraños a sí.

[...]

Nada puede existir en el mundo sin una relación de dependencia, de coordinación o de mando. Todo está incrustado en un orden preestablecido, sometido a leyes fatales o voluntarias, pero que por sí hablan ya de una coordinación y un nexo al menos relativos.

[...]

En ese equilibrio entre el toma y el deja, no era solución posible el no tomar nada para no tener que d ejar nada. La encrucijada del desasimiento, en más o en menos, había de llegar forzosamente para todos.
Sin embargo, la descripción más completa de la visión del mundo de nuestro protagonista es esta:
Al hombre, por el mero hecho de vivir, le era necesario aprender antes a deshacerse de todo con una sonrisa de escepticismo. La vida y el mundo corrían lo mismo en la felicidad que en la desgracia. Nadie podía dormirse en la euforia del optimismo o en la angustia del dolor; la corriente de la vida le arrastraría sistemáticamente hasta expulsarle de su cauce por nocivo y anormal. Había que seguir la corriente, parear la existencia íntima con el impulso vital que animaba a la masa humana. Las exigencias de la vida privaban en cierto modo al hombre de su albedrío; le hacían esclavo de una voluntad gregaria, que no goza ni siente, sino que va [...] arrastrada por las circunstancias del momento, accionada por causas absolutamente extrañas a su voluntad.
Escepticismo; renuncia; anonadamiento. El niño aprende rápidamente de la tragedia que...
la sombra del ciprés es alargada y corta como un cuchillo. [...] Sabía que el hombre, físicamente, es como una planta que nace de la tierra y acaba en ella... Fatalmente también...
Así, ya adulto, decide abstraerse del mundo:
A mí, que poco a poco iba trocándome en hombre de mar, me mareaba la tierra más que el agua. Me mareaban los hombres con sus mezquinos problemas a cuestas, con su locuacidad desbordada, con sus ambiciones, con sus odios, con la previsión clara de su vitalidad efímera, infaliblemente limitada. [...] el océano traía consigo la paz a los espíritus. Una paz sedante y fácil, que sólo puede dar lo que no ofrece límite ni barrera en el espacio ni en el tiempo.

[...]Súbitamente me di cuenta de que era esto lo que añoraba confusamente en toda mi vida. No era el silencio lo que añoraba, era la ausencia de humanidad; esta soledad sin ruidos monótonos de civilización...

[...] Me atormentaba una idea fatalista: "El hombre puede cambiarlo todo -me decía-, transformarse hasta físicamente, enmendar su vida, sus instintos, sus costumbres, pero jamás podrá modificar la luz que porta dentro de sí y a cuya claridad examina la mesmedad de su paso. El hombre libremente puede elegir su camino, pero no puede alterar a voluntad la luz bajo la cual camina."

[...]

Y el tiempo siguió huyendo; sin volver una sola vez los ojos. [...] continué viviendo como siempre, sólo para mis adentros. [...] Soportaba una existencia obtusa, roma, sin prominencias. Claro que tampoco las añoraba. Me había hecho a vivir así y cualquier pasajera variación me desazonaba revolviendo en mi alma el poso de mi pesimismo. De esta manera casi logré el punto de estabilidad que buscaba de tantos años atrás: vivir autónomamente, sin conexiones cordiales, sin afectos...
Poco a poco acaba encontrando a alguien que le importa y no tiene más remedio que rebelarse contra sí mismo:
"Soy así, veo así, siento así, porque un día, cuando mi alma era aún virgen, me dijeron: "Sé así, porque la vida es de esta manera." Y yo, que carecía de criterio propio, vi la vida como me dijeron que era; y fui y obré en consecuencia con esta manera de estimar la vida...
A lo largo del libro las descripciones de Ávila nevada de noche (Yo nací en Ávila, la vieja ciudad de las murallas, y creo que el silencio y el recogimiento casi místico de esta ciudad se me metieron en el alma nada más nacer) describen su propia alma en los dos momentos más trágicos y trascendentales de su vida...
Apenas me atrevía a darme la vuelta y tender la vista sobre la ciudad nevada. Cuando lo hice, un sentimiento amplio, inconcreto, me resbaló por la espalda. La ciudad, ebria de luna, era un bello producto de contrastes. Brotaba de la tierra dibujada en claroscuros ofensivos. Era un espectáculo fosforescente y pálido, con algo de endeble, de exinanido y de nostálgico. [...] Ávila emergía de la nieve mística y escandalosamente blanca, como una monja o una niña vestida de primera Comunión. Tenía un sello antiguo, hermético, de maciza solidez patriarcal. La villa, centrada en plena y opulenta civilización, era como una aarmadura detonando en una reunión de fraques. [...] Entonces pensé que la tierra es bella de por sí, que sólo la manchan los hombres con sus protestas, sus carnalidades y sus pasiones.
[...] oteé como en tiempos la villa amurallada. Emanaba de ella un vaho inquietante de seres y cosas en reposo, de un estatismo mineral y sugerente. Las piedras se amontonaban con un sentido arquitectónico diluido y bello, dando prestancia y solidez a un fragmento de historia ya desgraciadamente fenecido. [...] Hasta mí ascendía el profundo clamor de las campanas de mil conventos lanzando sus ecos, dilatados y austeros, a los albores del nuevo día.

La superación de la parálisis a la que le somete su cruel pesimismo reside en admitir que la sombra del ciprés siempre estará presta a alcanzarnos y partirnos la vida por la mitad sin piedad pero, entretanto, debemos alcanzar un equilibrio y vivir la vida; simplemente vivirla.

0 comentarios: